Comprendiendo Sobre Las Acreditaciones
En diversas oportunidades, por no decir muchas, el procedimiento sobre la acreditación en las instituciones educativas no ha sido enteramente comprendido, igual ha sucedido con la historia suya; analicemos el fenómeno en vivo.
Desde los primeros pasos en el mundo de la acreditación, en las primeras décadas del siglo XX, la acreditación y la respectiva “normalización” de los muchos programas curriculares se mantenían relacionados de manera estrecha, por tal motivo en esa primeriza etapa las prácticas pedagógicas consiguieron definiciones varias, y en distintos aspectos.
Por consiguiente, las interrogantes en esas primeras instancias se centraron en los siguientes tres planteamientos:
¿Cuál garantía posee el hecho de que el trabajo transferido sea similar entre las diversas instituciones a las que se transfiere
¿Cómo está conformado un “semestre” de trabajo o una “unidad” de crédito?
¿Cuál significado debemos dar al término “calidad”, y cuáles son las condiciones y facilidades para que los estudiantes logren transferir sus respectivos trabajos entre dos o más instituciones?
Podemos afirmar, entonces, que en un principio existió algo de desorden en la primeriza manera de estructurar el tema tratado, es decir, una confusión académica causada porque cada institución hacía su estructura de la forma que más conveniente le parecía.
Por supuesto, estaba también el tema de los programas académicos, en los que se llegó a pensar, a asegurar, que si un jurado de educadores imparciales se encargaba de examinar los procedimientos y los programas respectivos de una determinada institución, con ello era suficiente para conseguir una evaluación imparcial, precisa e independiente, es decir, una clase de “auditoría académica confiable”.
Ahora bien, el tiempo ha demostrado que la acreditación no garantiza de manera absoluta la excelencia de alguna institución, así como tampoco la perfección de un programa de estudio; tales procedimientos solamente estarían aceptando que las normas mínimas se están cumpliendo de una manera razonable, lo cual no incide en la calidad del proceso.
Al respecto, en consecuencia, podemos afirmar sin temor a equivocaciones: la acreditación se ha apropiado de una cubierta mayor de la que merece en los hechos de la realidad, lo cual se traduce en la siguiente postura lógica: aunque la acreditación no da plena prueba de que la institución “tal” ha cumplido las mínimas normas de aceptabilidad, lo cierto es que la enseñanza verdadera no finaliza allí; así como también es cierto que la acreditación no garantiza la buena enseñanza. Un ejemplo de ello sería la gran diferencia cualitativa que pudiera existir entre una calificación de “A” con otra de “C”, corto espacio, pero con diferencias muy abismales.
No obstante, podemos decir que ambas calificaciones cumplen los requisitos de haber satisfecho los requerimientos mínimos exigidos para otorgarle una determinada puntuación o nota a un estudiante.
Otra consecuencia que se desprende de lo hasta aquí comentado, nos lleva a afirmar que es muy razonable y legítimo el hecho de que una institución posea un verdadero programa de calidad sin acreditación alguna. Esto, por cuanto la excelencia de una institución no viene dada por la acreditación que ofrezca; de igual manera, valga el ejemplo: un grado de doctorado no le garantiza al educando que con tal título consiga una mente ágil, educada y mejor cultivada.
Todo lo anterior se basa en el simple hecho de que las distintas etapas de la excelencia son el resultado de un estrecho vínculo entre el aprendizaje otorgado por parte de la facultad, y por el ánimo que se consiga transmitir a los estudiantes para que el contenido estudiado sea de agrado y de provecho práctico.
Por otra parte, resulta de primer rango el hecho de que se posean los recursos económicos capaces de respaldar un proyecto, así como también que los encargados de administrar dichos recursos supervisen el procedimiento que ayudará a conseguir los objetivos planteados en los respectivos proyectos y metas.
Por tales razones antes expuestas, resulta imprescindible que todas las instituciones estén sometidas a las leyes y normas dispuestas para regular los procesos en los departamentos de educación. Razón esta última que nos lleva a profundizar en conseguir acreditaciones y afiliaciones que plenen nuestro sistema académico con prácticos y reales beneficios.
Finalmente, nuestro propósito fundamental, más allá de buscar una aprobación regulatoria en lo humano, es lograr un proceso académico transparente, organizado, funcional y espiritual en todos los departamentos de la institución de la que somos parte.
Att.
Rev. Dr. Lovel Einstein, PhD.